Así que con tamaño descubrimiento, decidí un día regresar. Y ayer, lo hice. Me sumergí en el pasillo de cuentos y se me quedaron enganchados dos preciosos cuentos sobre la escuela.
“La escuela de los niños felices” y “La excursión”.
Unos dibujos coloristas y bellos, como a mi me gustan que animan un texto precioso que hace pensar. Cuenta, “La escuela de los niños felices” de Pausewang-Steineke;
“Te voy a confiar un secreto;
Hay una escuela donde no se aprende a deletrear, sino a cabalgar sobre ciervos.
Tampoco se aprende a mirar fijamente a la pizarra con ojos soñolientos, sino a navegar sobre nubes.
No a medir las carreras con cronómetro, ni los saltos con cinta métrica, sino a bailar sobre el alambre.
No se aprende a bajar la cabeza ni a mirar de reojo al maestro, sino a domar monstruos.
Tampoco a balbucear textos, sino a reconocer huellas de hadas.
Y nada de que dos y dos son cuatro y la hora tiene sesenta minutos, sino hacer magia y a soñar.
No a estar sentado, en las bellas mañanas de primavera, en un aula que huele a trapo de pizarra y a ropa sudada, sino a oler como las flores.
No a pedir buenas notas y temblar cuando van a ser entregadas, sino a caminar sobre el agua...”
Magnífico, cuento.
Y en la misma línea pero con más humor, “La excursión” del tandem Veldkamp-Hopman está genial para los pequeños y no tan pequeños, como servidora. Sirve para recordar lo olvidado y para marcarlo como faro en aquello que nos chirría a nosotros; tantas horas de cole, tanta inmovilidad, tanta inflexibilidad, tan sujetos al curriculum, tan que tiene que ser así y no puede ser de otra forma, tantos problemas desde pequeños cuando no los debería de haber, tanta etiqueta...¡tanto!.
Por un momento sumergirme en estas dos lecturas, me devuelve la ilusión de saber que es lo quiero hacer...¿Que será...?